NUESTRA HISTORIA
Una historia que comenzó sin darnos cuenta
En octubre del año 2004 cruzamos por primera vez las puertas de un penal. Lo hicimos como lo haría cualquier empresa privada: buscando oportunidades, analizando números, midiendo productividad. Nos impresionaron los muros, el ruido de los cerrojos, la mirada de los internos… pero no sentimos nada. No hubo conexión con el corazón. Fue una experiencia fría, profesional, protocolaria. Entramos, cumplimos, salimos. Pasaron los años y ese capítulo quedó archivado como uno más.
Después vinieron los tropiezos: la inestabilidad financiera, los proyectos fallidos, los negocios que no prosperaban. Parecía que el camino se cerraba por todas partes. Y en medio de ese desierto de incertidumbre, volvió a aparecer una puerta. Nos ofrecieron retomar una operación, esta vez desde un enfoque distinto, vinculado a las personas privadas de la libertad a través de la comunicación. Aceptamos, sin saber que esa decisión transformaría nuestras vidas para siempre.
Fue entonces cuando descubrimos algo que no habíamos entendido antes: que no se trataba solo de empresas, ni de contratos, ni de hojas de cálculo. La verdadera prosperidad —esa que da sentido a lo que haces, que te mueve desde lo más profundo— estaba en servir. En mirar a los ojos a una persona tras las rejas y ver dignidad. En escuchar historias que duelen, pero también sanan. En descubrir talentos ocultos, sueños dormidos, esperanzas rotas que pueden volver a levantarse. Ese fue el inicio real. Así nació Libertad en mi Prisión.
Cuando el corazón entra a escena
Volver a trabajar con los penales no fue fácil. Ganarse nuevamente la confianza del sistema y obtener un contrato fue una tarea compleja. Y cuando finalmente lo logramos, no teníamos el capital para invertir. Fue uno de esos momentos en los que todo parecía cuesta arriba: la oportunidad estaba frente a nosotros, pero los recursos no. Sin embargo, ahí ocurrió el milagro.
Dios fue trayendo, uno a uno, a los inversionistas, a las personas adecuadas, a aquellos que —sin entender del todo el modelo— sintieron en el corazón que debían apoyar. Y así, sin una gran reserva financiera, pero con un gran propósito, todo salió adelante. Lo entendimos después: cuando el objetivo es servir y el corazón está alineado con una causa justa, el cielo mismo se encarga de abrir camino.
Al comienzo, no todos lo entendieron. Algunos de nuestros socios expresaron dudas. Nos dijeron: “¿Están seguros? Esa población es impopular. ¿Qué sentido tiene arriesgar tanto por personas condenadas?”. Pero poco a poco, algo cambió. Porque cuando empezaron a conocer a los internos y sus historias, cuando vieron a un condenado convertirse en poeta, a un desmovilizado hablar de paz, a una mujer quebrada sanar su alma y levantar a otras… ya no hubo vuelta atrás. Lo que antes parecía irracional, ahora era inevitable: teníamos que estar ahí.
En ese despertar no estuvimos solos. La Sociedad Bíblica Peruana fue una de las primeras en extendernos la mano. Con ellos empezamos a entrar a los penales, llevando no solo palabras, sino consuelo. Más adelante, el Consejo Empresarial Colombiano creyó en nosotros. Confiaron en que esto no era un experimento asistencialista, sino un modelo de transformación social y empresarial.
Hoy somos un equipo multidisciplinario que combina comunicación, espiritualidad, salud mental, educación, arte, trabajo, deporte y justicia restaurativa. Creamos programas, dictamos talleres, conectamos con familias, movilizamos empresas. Pero, sobre todo, creemos en las segundas oportunidades. Porque las hemos vivido. Porque no somos mejores que quienes están adentro. Solo hemos tenido caminos distintos. Y ahora que entendemos eso, no podemos quedarnos callados.
Así nació Libertad en mi Prisión: no de una gran estrategia de impacto, sino del momento en que entendimos que servir a los invisibles es nuestra verdadera misión.